¡Hola [email protected] lectores!
Hoy les quiero proponer un espacio de reflexión a partir de una narración breve que hace algunos años escribí. El cuento trata sobre el encuentro entre un escritor y un personaje algo delirante que comienza a increpar al artista, dándose una discusión al parecer sin sentido. ¡Sin más introducción, va el cuento!
Mi personaje
Entré al Café y pedí lo de siempre, té con leche y medias lunas, sentándome en el sector fumadores. El mozo reconoció mis notas, dibujó una arrugada sonrisa, y preguntó:
– ¿Sigue con su novela Sr. Santos? -.
A lo que asentí con la cabeza. Tomé mi bolígrafo con ansias de proseguir con mi historia pero nada resultaba en el torpe papel, siquiera una tonta idea para ser descartada luego, nada. Desilusionado, pero sin sorpresa, observé a mi alrededor buscando aquello que en mis sienes no encontraba.
Mi novela intentaba ser una sátira del Viejo Testamento Bíblico, una versión feminista de aquella historia del paraíso, de los comienzos de una humanidad destinada a la desesperación, su lucha y salvación. Pretendía lograr una obra con tintes cristianos que re-narrara momentos cruciales de un pueblo peregrino, pero cuyo ser salvador fuese una mujer, una que se resistiera al imperio, a los sabios, a los hombres de poder; había decidido llamarla Teresa.
Llegaría luego a la conclusión de la equidad mediante el cotejo de lo conocido y mi novela. Era una labor complicada, me resultaba difícil no caer en la reiteración, pero valdría la pena cuestionar la historia y generar el debate.

Mis ojos se detenían en la rocola del viejo Café y al volver la vista al frente lo hallé sentado delante de mí. Me miró a los ojos y, como siguiendo un diálogo inconcluso, dijo:
– Ustedes, los que escriben, son todos iguales -.
Al no entender qué sucedía sólo atiné a defenderme pero sin saber qué responder.
– Sí – prosiguió – escriben una historia sin importarles en qué situación quedan los personajes al finalizarla, sólo buscan una intención literaria y no se preocupan por más nada-.
Observé extrañado a este delirante personaje que, con aire más que desafiante, recriminaba algo que yo no descifraba en su totalidad.
– Disculpe, – respondí – los personajes son simplemente excusas para manifestar una idea o sentimiento del autor de la obra-.
– ¡No Señor! – dijo elevando el tono de su voz – Los personajes, luego de ser creados, se disponen a tener una conciencia y una manera de proceder propia, no manipulable, más allá de lo que opine o pretenda el escritor -.
– No estoy de acuerdo – repliqué – el personaje nunca escapa de las manos de su creador, tiene vida mientras este último así lo desee y responde a sus intenciones sin tener una conciencia pura, por ser un simple títere intelectual del autor -.
«…el personaje nunca escapa de las manos de su creador…» afirma -o se pregunta- cada escritor de su historia.
Mi comentario desagradó notoriamente a mi adversario casual y dudó antes de responder, quizás por evitar ser grosero.
– Quiero creer que usted no entiende mi punto de vista, tal vez no he sido suficientemente claro. Lo que digo va más allá de la historia en sí. ¿Qué sucede con el ser creado, dotado de cierta personalidad, a la cual el autor debe respetar, luego de que el artista concluye su objetivo? Queda tristemente a la deriva sufriendo, quizás, alguna pena o dolor como consecuencia de un final fatal – terminó diciendo.
Me conmovió la pasión con la que debatía este hombre, pero seguí firme en mis convicciones.
– He entendido perfectamente lo que usted quiere expresar, es que no comparto la idea. Sostengo que el personaje vive en la mente del creador y sólo allí; cuando la historia termina desaparece cualquier vestigio de su existencia, quedando sólo su rastro en el papel-.
Me distraje un momento y cuando volví la vista al frente él se encontraba de rostro colérico, con los puños apretados como conteniendo una extraña furia.
– Usted no entiende nada – concluyó, y se dirigió hacia el toilette con los ojos mojados por algún inexplicable sentimiento.
Como alguna vez leí en cierta novela de detectives, comencé a estudiar al sujeto; su manera de debatir, su firme convicción, su compromiso con la lucha dialéctica que sosteníamos. Definitivamente encontraba en él algo familiar pero ¿qué sería? ¿Quién era este delirante sujeto? Y ¿por qué esta discusión tan absurda?
Volvió a la mesa más tranquilo. Pidió un café y dijo casi susurrando – ¿cómo debo llamarte entonces? ¿Padre, amo, creador o destructor? -.
No supe qué responder, empalidecí sin siquiera poder tragar mi propia saliva.

Y él continuó – soy uno de tus personajes, Pablo, ni siquiera me diste un apellido, simplemente Pablo. Soy parte de ti, nací de tu melancolía, en aquellos tiempos en que los militares te perseguían, cuando tu hermana desapareció y te convertiste en un defensor de la resistencia, justo antes de que tuvieras que partir a Europa. ¿Lo recuerdas? Me hiciste triste, intransigente, y estos sentimientos aún me dominan; descargaste tu dolor y me dejaste olvidado en un sucio armario -.
Se levantó, sin tomar su café, y se fue sin darme tiempo a secar las lágrimas que ahora me atormentaban. Tal vez él era más mío de lo que yo mismo lo era.
Medité por un segundo, casi en un delirio, cuál de los dos sería el personaje creado y cuál la esencia real. Observé mi novela a medio escribir y, no sé si por miedo o por intentar ser auténtico, decidí renunciar para siempre al bolígrafo cruel.
FIN
Te invito a meditar un momento, tan sólo un momento, qué tan delirante resulta para ti este encuentro…
Preguntas para ti
Posiblemente hayas experimentado encuentros inesperados, discusiones sinsentido y/o quiebres que te llevaron a transformar tu perspectiva del mundo, como le sucedió al protagonista de este breve relato.
En especial aquí, más allá de otras posibles miradas, la propuesta que te hago consiste en observarte en esta posible relación entre tú y tu personaje.
Te sugiero tomar lápiz y papel para escribir tus respuestas antes de continuar leyendo.
¿Cuánto crees en la existencia de un personaje en tu o tus historias?
¿Cuánto hay de ti en el rol que te describes?
¿Qué relación sientes con el personaje que alguna vez representaste?
¿Cuántas vestiduras llevas encima?
¿Qué sucede en ti cuando la distancia entre el personaje y tu real esencia es mucho más que un café?
¿Y si el cuento de tu vida pudiese ser reescrito?
¿Cómo sería tu personaje principal?
¿Quién sería el protagonista?
¿Y quién sostendría la pluma (del escritor)?
¿Cuán honesta y amorosa es la historia que te cuentas de ti [email protected]?
Las respuestas que hoy escribiste para ti quedarán allí hasta que decidas leerlas de nuevo y chequear qué generan en ti.

Me gustaría descubrir tus comentarios al pie de este artículo – ¡Vamos, anímate! – en el que pretendo invitarte a reconocerte como autor y personaje, a abrazar tus luces y sombras en una historia que puede continuar tal y como tú quieras que continúe.
Es cierto que la realidad muchas veces nos presenta escenas inesperadas, incluso tristes, duras, frágiles, inciertas, pero también es cierto que aún frente a toda aparente impotencia, está en tus posibilidades la interpretación de lo que sucede y tu consecuente respuesta.
Tu máxima libertad como ser humano es tu capacidad de respuesta frente a la realidad que percibes y la pluma que puede recrear tu mundo está en tus manos.
Te recomiendo también leer un artículo anterior, en el que te propongo profundizar en base al reconocimiento de Tu Mejor Actuación.
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¿Qué historia vas a protagonizar a partir de este momento?
¡Hasta la próxima! Nos encontramos en el próximo artículo o a través de la redes sociales.
Eduardo
Buenísimo texto como otros ya aportados. Te hacen pensar cuestionarse.Preguntas muy interesante. Gracias por compartir.
Gracias María Fátima por tu comentario y por seguir nuestro Blog!! Genial que aporten a cuestionarse y pensar, también a sentir.
La idea del espacio es esa, aportar al autoconocimiento y desarrollo personal de quienes quieran aventurarse en ello.
Saludos y esperamos que las preguntas te brinden información valiosa para tu vida!!